Saludos
mis estimados anarquistas sin tonterías,
De nuevo
habría de disculparme por la improductividad a la cual he sometido a este
espacio mío desde donde os obsequio con reflexiones bárbaras a cada cual más tenaz
y acertada, pero lo cierto es que no he considerado que tuviera ningún tema
sobre el cual mereciese la pena comentar algo; sobre todo ya hay mucho escrito,
y antes de ponerse manos a la obra uno ha de cuestionarse a sí mismo si no hubiera
sido mejor callarse. Al fin y al cabo, todo lo que hacemos y decimos tiene el
potencial de influenciar a otro, y más nos valdría estar entonces satisfechos
con el modo en que vamos a hacerlo o, en caso contrario, estar abiertos a,
simplemente, dejarlo estar.
Pero
aquí estoy de nuevo, reflotando esta bitácora desde los anales perdidos y
polvorientos de vuestros estantes virtuales, proponiéndoos una nueva serie de retos
los cuales, quizá, nunca se os han ocurrido a vosotros, al menos no del modo en
que voy a plantearlos.
Comenzaremos
por uno de estos retos, el que llamo la "acción desinteresada".
La acción
desinteresada no consiste necesariamente, como nos hemos acostumbrado a creer,
en ayudar al prójimo sin esperar nada a cambio. Esto sería reducirla a la
mínima expresión, y puede esperarse de nosotros, seres nacidos y crecidos en un
contexto brutalmente capitalista, que santifica el lucro como el más alto de
los valores, y propone el valor de cambio (y no el de uso) como la medida de
todas las cosas; pero hay un mundo rico y diverso más allá de este conjunto de
despropósitos sobre los cuales se sostiene nuestro sistema económico, y es
precisamente este mundo el que nos revela la acción desinteresada.
Esta
acción desinteresada, como espero haberos aclarado, no se centra pues en la caridad,
ni siquiera en el prójimo, sino que apunta desde uno mismo hacia todas las
cosas. Vivir de un modo desinteresado consiste, por tanto, en moverse hacia los
acontecimientos como persiguiéndolos, cual guerrero implacable hace con sus enemigos,
por la sencilla razón de que parecen llamarlo a uno. Burlar el pretexto de la
excusa como quien no ve en ella más que obstáculos que no buscan sino
entorpecer el propio paso, y oponerle por contra una actitud vitalista que propugne la
pureza de corazón, la preservación de lo inmaculado del alma, la inocencia o,
como dirían esos también barbarísimos angloparlantes, el I don’t
give a fuck.
Sí, mis
entusiastas macarras, he ahí lo importante: saber encarar la vida con alegría y
ganas, haciendo gala de un espíritu aventurero, que se atreva a despachar con
crudeza a los dos peores enemigos que conoce el género humano: la desidia y la
auto-complacencia.
Si te
surge un evento, una misión o un desafío, no te plantees tanto el hecho de si
ganarás algo, lánzate a por ello, aunque sólo sea por la experiencia. Y así
verás como a ésta le acompañan siempre un conjunto de cosas, a menudo incluso
recompensas, que no te hubieras imaginado y que nadie era capaz de predecir con
seguridad.
Esto
que digo se aplica también, faltaba más, al tema de las relaciones sentimentales
(que comentaba en uno de mis anteriores escritos), por cuanto sostengo que las
más bellas de las mismas no surgen de un modo premeditado y ávido de algún
beneficio inmediato (ya sea de satisfacción de alguna carencia emocional, sexual,
de auto-estima, o de una combinación de todas ellas), sino por el contrario
esas que uno no se espera, que le pillan de improviso como lo hacen los
asaltantes de caminos con las caravanas, y es que una vez comienzan, el éxito de
su afán es inevitable, y se produce casi por inercia. Es lo que los charlatanes
y vende-libros, esos tanto profesionales como aficionados que tanto abundan en
el sector de la literatura de auto-ayuda, denominan tener al universo de
nuestra parte (conspirando y todo eso).
Yo,
como irreductible destructor de imperios, y hombre libre en la medida de mis
posibilidades, me niego a aceptar que uno haya de merecerse los favores de
alguna entidad superior, ya sea divinidad o influjo cósmico (al margen de cómo
mosquean a Crom los pusilánimes, con los cuales no tiene piedad en absoluto y
sobre quienes descarga su más espantosa ira).
Más
bien pienso que los conformistas, los cobardes y los canallas, aquellos que no
se esfuerzan sino es por una ganancia obvia, y para saciar ya sea sus ansias
económicas, sexuales o sus estómagos, aniquilan sin pensarlo siquiera toda
posibilidad de asombro, de sorpresa, de maravilla o milagro, y se condenan a la
peor existencia de todas: la muy predecible.
Esto es
todo lo que tenía que decir por ahora, os agradezco vuestra atención, mis más audaces
e impenetrables anarquistas sin tonterías, viva la anarquía sin tonterías… ¡y alabado
sea el trono sangriento de Crom!